Dualchi es un pueblecito de Cerdeña, con maravillosos murales. Tiene casi 600 habitantes, y està en la región del Marghine, cerca de Macomer. Durante el camino es necesario parar porque el territorio que lo rodea es riquísimo en testimonios arqueológicos y hay un numerosas aldeítas que sería una verdadera pena pasar de largo. En este caso, pasamos fugazmente por Birori, para luego seguir en la búsqueda de su dolmen y de un nuraghe que, imponente, nos llamó la atención desde lejos. Sin embargo, nuestra hazaña no tuvo éxito debido a las zarzas y malas hierbas que había de por medio.

Llegamos a Dualchi muy rápido, con el tiempo justo y, sin embargo, suficiente para gozar de muchísimos rincones y personas que me encantaron. La tarde templada de abril pasaba lentamente. Por la calle algunos niños en bicicleta recorrían y cortaban las calles. Después algún anciano empezaba la tarde fuera de la entrada de la casa con un lento paseo para disfrutar de un poco de sol.
Dualchi, en cierto sentido, me sorprendió. Me sorprendió el cuidado con el cual protege y exalta su identidad en el interior del centro. Al lado de la plaza principal hay un amplio ensanchamiento en el que los vecinos del pueblo seguramente solían aprovisionarse de agua. Allí se encuentra todavía, en perfecto funcionamiento, una gran fuente.
Todos en Dualchi saben del pasado, pero es un pasado cuidado y delicioso de presente. Muchos murales colorean las fachadas de las casas o simples muros… Son retratos de los habitantes del pueblo en escenas de la vida cotidiana, en las típicas poses que se solían, o se suelen, dar en los espacios urbanos.


Están ahí mismo, bellísimos y expresivos, para colorear la memoria histórica del pueblo, en una suerte de «ser perenne», empapados de inmortalidad… Por eso sucede, también para el paseante con prisa, que permite conocer a muchos habitantes del pueblo, recibir sonrisas de bienvenida, miradas simpáticas y curiosas… Entre los muchos murales hay uno que se distingue. Rescata a las mujeres africanas trabajando los higos chumbos. Me cuentan que la «Pro Loco» partió hacia Eritrea para un intercambio de conocimiento sobre la elaboración de esta rica fruta. Tal experiencia, ahora, yace en el centro del pueblo, en recuerdo vivo para la comunidad.

Sin salir del corazón histórico del pueblo se encuentra la iglesia de San Antonio, antigua y preciosa, y la plaza de enfrente que me han transmitido una sensación viva del «santificar de las fiestas».

Mientras nos adentramos en el laberinto de las callejuelas, es absolutamente necesario prestar atención a todo con minuciosidad pues, de lo contrario, uno se arriesga a perder bellezas arquitectónicas sobresalientes de la época española.

Y es que surge de manera espontánea imaginar como pudieran ser aquellos palacios en su origen… Cuánta y qué vida se habrá dado entre sus calles… Estos son mis pensamientos cuando me despido del pueblo, con un último vistazo rápido a la maravilla de sus murales…

Leave a Reply